Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
…Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas…
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
Amado Nervo (1870 – 1919) es un escritor mexicano, perteneciente al movimiento modernista. Este es uno de los poemas más famosos de su producción. Corresponde a su etapa madura y funciona como una suerte de epitafio, ya que lo escribió algunos años antes de morir.
Reflexiona sobre su existencia y agradece a la vida por todo lo experimentado, ya fuese bueno o malo. Hay una actitud bastante positiva hacia la idea de enfrentarse a la muerte, pues ya vivió todo lo que necesitaba para sentirse pleno.