En un rincón olvidado del mundo, donde los ríos susurran secretos y los bosques ocultan misterios, se despliega la historia de El árbol mágico. Este relato nos lleva por un viaje extraordinario, siguiendo los pasos de una humilde lavandera cuya bondad la conduce a descubrir maravillas inimaginadas. A través de sus páginas, exploramos temas tan universales como la gratitud, la avaricia y las consecuencias de nuestros actos, todo ello envuelto en el manto de la magia y el encanto de los cuentos de antaño.
Este cuento nos enseña el valor de la generosidad y el peligro de la codicia, recordándonos que la verdadera riqueza reside en nuestros actos de bondad y no en los tesoros materiales. La historia nos invita a reflexionar sobre cómo nuestras decisiones no solo nos afectan a nosotros mismos, sino también al mundo que nos rodea.
Déjate llevar por las palabras y sumérgete en una aventura donde lo imposible se hace realidad, y donde cada página te espera con una lección envuelta en la magia de un bosque encantado. El árbol mágico no es solo un cuento; es una puerta a un mundo donde la bondad es la llave que desbloquea los más sorprendentes secretos. ¿Estás listo para descubrirlos? 🌟✨
Cuentan que una lavandera se encontraba a los pies de un río en su faena, cuando escuchó de repente un alarido espantoso. Miró en derredor, y no notó nada extraño; pero nuevamente, el grito se hizo escuchar, esta vez más cerca.

Volvió a mirar la mujer, y al tercer chillido, encontró una liebre arrastrada por la corriente del río. La liebre era hermosa, con las orejas doradas y el rabo de plata, y la lavandera no lo dudó un instante y se adentró en el río para salvarla. Después, la puso en la orilla con gentileza, y la liebre habló:
- Tu nobleza me ha librado de una muerte segura, y mi gratitud no se hará esperar.
Entonces, el animal le comentó a la lavandera lo siguiente:
- En lo más profundo del bosque, hay un árbol encantado con las manzanas más dulces de todo el reino. Solamente deberás ir hasta allí, tomar una manzana y decir: “arbolito, arbolito… ¿Por qué me das tan poquito?”, y el árbol te brindará toda la riqueza que jamás has soñado.
Dicho esto, y una vez que se hubo recuperado, la liebre se despidió de la mujer y echó a andar. La lavandera, por su parte, se quedó un rato pensando en lo que le había contado el animal, y como no tenía nada que perder, decidió ir en busca del árbol encantado.
Cierto es que hubo de caminar un largo rato por el bosque hasta encontrar el lugar indicado, pero tan pronto como vio el árbol, su corazón se llenó de alegría. Entonces, la lavandera tomó una manzana como le había dicho la liebre, y dijo:
- Arbolito, arbolito… ¿Por qué me das tan poquito?
El árbol apenas se movió al principio. Pero después, sus ramas comenzaron a estremecerse, luego el tronco se torció de un lado al otro, como si danzara; y finalmente, comenzaron a crecer entre las hojas unas vainas doradas y gordas que resultaron estar llenas de monedas de oro.
Tan regocijada estaba la mujer, que en muy poco tiempo regresó a casa con el tesoro, y le contó a su marido todo lo que había acontecido. Sin embargo, el bullicio fue tal, que las vecinas de la lavandera, tres hermanas viejas, solteronas y muy avariciosas, no tardaron en pegar la oreja por una de las ventanas de la casa para terminar enterándose de todo lo sucedido.
- Resulta que hay un árbol en el bosque lleno de riquezas – dijo finalmente la mayor de las señoras – pues nosotras no somos menos que la lavandera para reclamar igual fortuna. Vosotras esperadme aquí, que ya me encargaré yo de tomar lo que nos corresponde.
Así pues, partió la vieja hacia el bosque con más deseos que fuerzas, pues su envidia era mayor que el cansancio de sus piernas. Tardó medio día en encontrar el árbol
encantado, y cuando lo tuvo de frente pensó que, si en lugar de una manzana tomaba dos, el árbol le ofrecería el doble de las monedas de oro que obtuvo la lavandera. Por lo que así lo hizo, y a continuación dijo:
- Arbolito, arbolito… ¿Por qué me das tan poquito?
Sin embargo, el árbol tardó más de lo habitual en responder a la demanda de la anciana, y al cabo de un rato, sus ramas se agitaron furiosamente, pero eso fue todo. En lugar de las vainas doradas y las monedas de oro, las orejas de la vieja crecieron hasta tocar el suelo, y tan pesadas y grandes se volvieron, que la señora no tuvo más remedio que arrastrarlas por el suelo mientras corría de regreso. Entonces, le contó entre lágrimas a sus hermanas lo que había sucedido.
- Dejadme a mí, que ya reclamaré nuestro oro como ha de ser – dijo la segunda vieja.
Y tras esto, esperó al día siguiente y partió cuando hubo amanecido. Sin embargo, tardó una mañana entera en llegar al lugar donde se encontraba el árbol encantado, y al tomar una manzana, sintió que no le bastaba con una, ni siquiera dos, o tres. En conclusión, la vieja tomó siete manzanas, e imaginando las riquezas que obtendría de aquello, habló así al árbol:
- Arbolito, arbolito… ¿Por qué me das tan poquito?
Acaeció que el árbol se mantuvo inmóvil por un largo tiempo. Ni siquiera sus hojas más pequeñas lograban moverse con el viento. Después, sus ramas temblaron enfurecidas, y mientras lo hacían, la nariz de la vieja comenzó a crecer sin parar. Al cabo de un rato, la vieja tuvo que sostener su narizota con las manos con tal de no caerse hacia delante. Horrorizada, regresó a casa como pudo, y sollozando le contó a las dos hermanas lo que había pasado. - Eres tan inútil como la primera – dijo la tercera vieja – Quedaros aquí, que ya miraré yo como traer todo el oro que por justicia ha de ser nuestro.

Puso rumbo hacia el bosque la tercera de las hermanas, y anduvo toda la tarde caminando hasta dar con el árbol encantado. Allí se detuvo a pensar que si tomaba todas las manzanas del árbol, no sólo obtendría mayor número de monedas, sino que nadie más que apareciese luego podría hacerse con el tesoro. Entonces, hizo justo como había imaginado, y arrancó todas las manzanas, incluso las más pequeñas y verdes. Seguidamente, dijo:
- Arbolito, arbolito… ¿Por qué me das tan poquito?
Las ramas del árbol, sin embargo, no se movieron hasta pasado un rato. Pero una vez que lo hicieron, no hubo monedas de oro, sino que los dientes de la vieja se volvieron enormes; de tal manera, que esta se asustó y se puso a llorar. Después, echó a correr de regreso a casa, y de no ser porque inclinó la cabeza hacia atrás, los dientes
hubiesen hecho un carril profundo a lo largo del camino.
- ¡Esto es inaceptable! – dijo la vieja mayor finalmente con sus grandes orejas – ya no hay justicia en este mundo. Venid, pues solo queda una cosa por hacer.
Entonces, repartiéronse tres hachas cada una, y marcharon nuevamente al bosque en dirección al árbol encantado. Lo encontraron al rato, se colocaron alrededor, y alzaron sus hachas con intención de derribarlo. En ese momento, el árbol comenzó a sacudirse, las ramas temblaron como nunca, su tronco se abrió lentamente hasta quedar un agujero en el centro, y en un abrir y cerrar de ojos, se tragó a las tres viejas, de las que nunca más se supo nada.

Según cuentan, con el paso de los días, las viejas brotaron del árbol convertidas en semillas. Estuvieron un tiempo encerradas en una vaina negra que colgaba de una de las ramas, hasta que el viento las arrancó del árbol y las empujó fuera del bosque. Entonces, fueron a parar al patio de un jardinero, y allí nacieron tres flores negras que con el tiempo, crecieron hasta volverse tres árboles negros.
De aquellos tres árboles, brotaron manzanas, también negras, que provocaban dolores de cabeza y mal de vientre a todo aquel que las comiera; por lo que no pasó mucho tiempo hasta que el jardinero terminó derribando los árboles para hacerse con una buena cantidad de leña, justo cuando comenzaban a asomarse los primeros días del invierno.
-FIN-